Palabra del ‘Padre que vive’: Scott Hahn reflexiona sobre la Solemnidad del Corpus Christi

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La Última CenaLecturas:
Deuteronomio 8,2–3. 14–16
Salmo 147,12–15.19–20
1 Corintios 10,16–17
Juan 6,51–58


La Eucaristía nos es dada como desafío y promesa. Así nos la presenta Jesús en el Evangelio de hoy.

Él no le facilita las cosas a quienes lo escuchan. Sus palabras provocan repugnancia en ellos y se sienten ofendidos con sus palabras. Incluso cuando empiezan a discrepar, Él insiste en describir con expresiones gráficas ese comer de su cuerpo y beber de su sangre.

En la lectura de hoy, Jesús utiliza cuatro veces la palabra griega trogein, que se refiere a una cruda manera de comer, semejante a roer o masticar (cf. Jn 6,54.56.57.58) Está probando su fe en su Palabra, como Dios probó la fe de Israel en el desierto, según lo que describe la primera lectura de este día.

El maná celestial no se le dio a los israelitas para satisfacer su hambre, como explica Moisés. Sino para mostrarles que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios.

También en el salmo de hoy vemos una conexión entre la Palabra de Dios y el pan de vida. Cantamos que Dios nos llena con “flor de harina” y proclamamos al mundo su Palabra.

En Jesús, el “Padre que vive” nos ha dado su Palabra que ha bajado del cielo y se ha hecho carne para la vida del mundo

Sin embargo, así como los israelitas murmuraron en el desierto, muchos no aceptan esa Palabra en el Evangelio de hoy. Incluso varios de los mismos seguidores de Jesús lo abandonan después de este discurso (cf. Jn 6,66). Pero sus palabras son Espíritu y vida, son palabras de vida eterna (cf. Jn 6,63.67).

En la Eucaristía somos hechos una carne con Cristo. Tenemos su vida en nosotros y vivimos por Él. Eso es lo que Pablo quiere decir en la epístola de hoy, cuando le llama a la Eucaristía “participación” en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En este sacramento somos partícipes de la naturaleza divina (cf. 1 P 2,4).

Ese es el misterio de la fe que Jesús nos pide creer. Y nos hace su promesa: que si compartimos el Cuerpo y la Sangre resucitados, también nosotros seremos resucitados el último día.