Bendito y entregado: Scott Hahn reflexiona sobre la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

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El Salvador con la EucaristíaLecturas:
Génesis 14, 18–20
Salmo 110,1–4
1 Corintios 11, 23–26
Lucas 9,11–17


En el alba de la historia de la salvación, Dios reveló nuestro futuro mediante figuras. Sobre ello trata la primera lectura de hoy: un rey y sumo sacerdote viene de Jerusalén (cfr. Sal 76,3) y ofrece pan y vino para celebrar la victoria del amado siervo de Dios—Abrán—sobre sus adversarios.

Por medio de su ofrenda, Melquisedec consigue bendiciones divinas para Abrán.

Nos quiere mostrar también que un día recibiremos las bendiciones de Dios y también lo bendeciremos a Él; nos enseña cómo le daremos gracias por librarnos de nuestros enemigos, del pecado y de la muerte.

Como Pablo nos recuerda en la epístola de hoy, Jesús transformó el signo de pan y vino, haciéndolo signo de su Cuerpo y Sangre, mediante el cual Dios nos concede las bendiciones de su “nueva alianza”.

Jesús es el “sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” de quien Dios jura—en el salmo de hoy—que regirá desde Sión, la nueva Jerusalén (cfr. Hb 6,20–7,3).

En el Evangelio de este día, con el milagro de los panes y peces, Jesús prefigura nuevamente las bendiciones de la Eucaristía.

Notemos que Él toma el pan, lo bendice, lo parte y lo se lo da a los Doce. Las mismas palabras, en idéntico orden, aparecen en la Última Cena (cfr. Lc 22,19) y en la celebración de la Eucaristía que Jesús hace la primera noche de pascua (cfr. Lc 24,30).

La Eucaristía cumple la ofrenda de Melquisedec. Es el milagro diario obrado por el sacerdocio celestial de Jesús.

Cristo confiere a los Apóstoles el sacerdocio al ordenarles alimentar a la multitud; al llenar exactamente doce canastas con el pan sobrante; al mandarles, la noche que iba a ser entregado: “Hagan esto en memoria mía”.

Por medio de sus sacerdotes, Jesús sigue alimentándonos en el “desierto” de nuestro exilio en esta tierra. Y mediante este signo nos da la prenda de la gloria futura. Cada vez que participamos de su Cuerpo y Sangre, proclamamos que ha vencido a la muerte hasta el día en que venga de nuevo para hacer nuestra su victoria.