El corazón y la boca: Scott Hahn reflexiona sobre el octavo domingo de tiempo ordinario

Árboles frutalesLecturas:
Sirácides 27, 4-7
Salmo 92, 2-3. 13-16
1 Corintios 15, 54-58
Lucas 6, 39-45


En las lecturas de hoy escuchamos a Jesús hablar en Galilea al igual que al sabio judío, Sirácides, que escribe en Jerusalén un siglo antes. Los dos hablan sobre una sola verdad: las palabras que salen de nuestros labios demuestran lo que hay en nuestro interior. Lo que hablamos revela los secretos del corazón.

Sirácides enseña que el hablar es “la prueba del hombre” y de su mentalidad (Sir 27, 7). El que es recto hablará palabras de verdad que animan a los demás. Pero el que tiene el corazón lleno de “basura” se da a conocer, ya que el “fruto” de su boca dice mucho del “árbol” que la produce (Sir 27, 6). Sirácides también compara la prueba de nuestras palabras a la vasija dentro del fuego del horno- si se prepara bien, saldrá un buen recipiente; pero si la vasija no se ha secado bien, se despedazará en el fuego del horno (Sir 27, 5).

De la misma manera, Jesús insiste que el hombre habla “de lo que está lleno el corazón” (Lc 6, 45). También compara el hablar, ya sea lo bueno o lo malo, a lo que crece en un árbol: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos” (Lc 6, 43).

Las dos lecturas nos incitan a acostumbrarnos a hablar bien, ya que sale a la luz nuestro carácter por lo que decimos. Pero aun hay otro paso: El Señor nos pide que veamos nuestro interior, que examinemos nuestros corazones y los llenemos del “buen tesoro” que Dios desea.

¿Por qué es tan importante la pureza de corazón y el hablar? Porque, como lo dice Jesús en otra parte, “Tus propias palabras te justificarán, y son tus palabras también las que te harán condenar” (Mat 12, 37). Son importantes porque ayudan a decidir nuestro juicio final, y es aquí donde encaja la segunda lectura. Pablo nos recuerda que Dios destruirá la muerte para siempre, y si vamos a ser partícipes de esa victoria y vivir para siempre con el Señor, entonces tenemos que poner de nuestra parte para entregar nuestros corazones y nuestros labios a lo bueno.