Frutos de la higuera: Scott Hahn reflexiona sobre el 3º Domingo de Cuaresma

Jesús enseña a la gente junto al marLecturas:
Éxodo 3,1–8.13–15
Salmo 103,1–4.6-8.11
1 Corintios 10,1–6.10–12
Lucas 13,1-9


En la Iglesia somos hechos hijos del Dios de Abraham, Isaac y Jacob; del mismo Dios que da a conocer a Moisés su nombre y sus caminos, en la primera lectura de hoy.

Recordando el pacto que había hecho con Abraham (cfr. Ex 2,24), Dios bajó para rescatar a su gente de los opresores de Egipto. Y siendo fiel a ese mismo pacto (cfr. Lc 1,54-55), envió a Jesús para redimir a todos los vivientes de la destrucción, como nos dice el salmo de hoy.

Pablo nos dice en la epístola de hoy que las proezas de salvación hechas por Dios en el Éxodo son figura para la Iglesia, son preludio y bosquejo de nuestro bautismo en agua, de nuestra liberación del pecado, de nuestra almentación con bebida y comida espiritual.

Sin embargo, esos acontecimientos del Éxodo son también una advertencia: que el ser hijos de Abraham no garantiza que alcanzaremos la tierra prometida de nuestra salvación.

Cristo nos previene insistentemente en el Evangelio de hoy. Podríamos perecer, no a modo de castigo divino por ser “grandes pecadores”, sino porque, al igual que los Isralitas en el desierto, tropezamos con nuestros malos deseos, caemos en la murmuración y nos olvidamos de todas sus bendiciones.

Jesús nos llama hoy al “arrepentimiento”. No a un cambio instantáneo de corazón, sino a una progresiva y continua transformación de nuestras vidas. Estamos llamados a vivir la alegría sobre la cual cantamos en el salmo de este día, bendiciendo su santo nombre y dándole gracias por su bondad y misericordia.

La higuera que menciona en su parábola es un conocido símbolo del Antiguo Testamento, utilizado para referirse a Israel (cfr. Jr 8,3; 24,1-10). Del modo como a ese árbol se le concede un último año para producir fruto, antes de ser cortado, así Jesús da a Israel la última oportunidad de ofrecer buenos frutos que demuestren su arrepentimiento (cfr. Lc 3,8).

La cuaresma debería ser para nosotros como ese tiempo de prueba dado a la higuera; un periodo de gracia en el cual dejemos al “jardinero”,Cristo, que cultive nuestros corazones, que arranque de raíz aquello que ahogue la vida divina en nosotros y que nos fortalezca para dar frutos que permanezcan eternamente.