Ganarlos de nuevo para Dios: Scott Hahn reflexiona sobre el 23º Domingo de Tiempo Ordinario

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EzekielLecturas:
Ezequiel 33, 7–9
Salmo 95, 1–2.6–9
Romanos 13, 8–10
Mateo 18, 15–20


Así como en la primera lectura de hoy Ezequiel es designado centinela sobre la casa de Israel, Jesús establece a sus discípulos como guardianes del nuevo Israel de Dios—la Iglesia—en el Evangelio de este día (cf. Ga 6,16).

También establece procedimientos en el caso de pecados en el caso de pecados y para faltas de fe, basados en la disciplina que Moisés proscribió a Israel (cf. Lv 19,17–20; Dt 19,13). Sin embargo, los jefes del nuevo Israel reciben poderes extraordinarios, similares a los que se le dieron a Pedro (cf. Mt 16,19). Tienen la potestad de atar y desatar, de perdonar los pecados y reconciliar a los pecadores en su Nombre (cf. Jn 20,21–23).

Pero los poderes que Cristo les da a los apóstoles y sus sucesores dependen de su comunión con Él. Así como Ezequiel solo debe enseñar lo que escucha decir a Dios, los discípulos han de congregar en su Nombre, orar y buscar la voluntad del Padre celestial.

Pero las lecturas de hoy son más que una lección sobre el orden de la Iglesia. Nos sugieren además cómo debemos tratar a los que nos ofenden, un tema sobre el cual también escucharemos en las lecturas de la próxima semana.

Es de notar que, tanto el Evangelio como la primera lectura, asumen que los creyentes tenemos el deber de corregir a los pecadores que están entre nosotros. A Ezequiel incluso se le dice que dará cuentas por sus almas si no les habla e intenta corregirlos.

Esto es el amor que le debemos a nuestro prójimo, según nos dice hoy San Pablo en su epístola. Amar al prójimo como a nosotros mismos significa dar una importancia vital a su salvación. Como Jesús dice, debemos hacer cualquier esfuerzo para ganar nuevamente a nuestros hermanos y hermanas, para hacerlos regresar de los falsos caminos.

No debemos nunca corregir al otro con enojo o con deseos de castigar. Más bien nuestro mensaje debe ser como el del salmo de hoy: urgir al pecador a que escuche la voz de Dios, a no endurecer su corazón, a recordar que Él es quien nos ha hecho, la Roca de nuestra salvación.