Santo como Dios: Scott Hahn reflexiona sobre el 7º domingo de Tiempo Ordinario

CrucifixiónLevítico 19:1–2, 17–18
Salmo 103:1–4, 8, 10, 12–13
1 Corintios 3:16–23
Mateo 5:38–48


Somos llamados a la santidad de Dios. Esta es la extraordinaria afirmación de la primera lectura y el evangelio de este domingo.

Y sin embargo—como es posible ser perfectos como nuestro Padre en el cielo es perfecto?

Jesús explica que debemos ser imitadores de Dios como sus hijos amados (Ef 5:1–2).

Como Dios, debemos amar sin límites, con un amor que no distingue entre amigo y enemigo, venciendo el mal con el bien (cfr. Rm 12:21).

Jesús mismo, en su pasión y muerte, nos dio un ejemplo perfecto del amor a que nos llama.

El no ofreció resistencia al mal, aunque podía haber llamado a 12 legiones de ángeles a protegerlo. Le bofetearon su cara y le escupieron. Le quitaron sus vestiduras. Así se encaminó obligado por sus enemigos al lugar del Gólgota). En la cruz oro por los que lo persiguieron (cfr. Mt 26:53–54,67; 27:28,32; Lc 23:34).

En todo esto mostro ser el perfecto Hijo de Dios. Por su gracia, y por la imitación de Él podemos ser también hijos e hijas de nuestro padre celestial.

Dios no nos trata como merecemos, así cantamos en el salmo de esta semana. Nos ama con el amor de un Padre. Nos rescata de la ruina. Nos perdona nuestros pecados.

Nos amó hasta cuando nos hicimos sus enemigos por nuestros pecados. Todavía éramos pecadores cuando Cristo murió por nosotros (cfr. Rm 5:8).

Hemos sido comprados por el precio de la sangre del Hijo único de Dios (cfr. 1 Co 6:20). Pertenecemos a Cristo ahora, como dice San Pablo en la epístola de hoy. Por nuestro bautismo fuimos hechos templos de su Espíritu Santo.

Y fuimos salvados para compartir en su santidad y perfección. Entonces glorifiquémoslo por nuestras vidas de servicio, amando como El ama.