Viviendo en la Viña: Scott Hahn reflexiona sobre el 27º Domingo de Tiempo Ordinario

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Parábola de la viñaLecturas:
Isaías 5, 1–7
Salmo 80,9.12–16.19–20
Filipenses 4, 6–9
Mateo 21,33–43


Jesús, en el Evangelio de esta semana, utiliza de nuevo el símbolo veterotestamentario de la viña para instruir sobre Israel, la Iglesia y el reino de Dios. Es fácil también comprender el simbolismo de la primera lectura y el salmo.

Dios es el propietario y la casa de Israel es la viña. Como vid apreciada, Israel es arrancada de Egipto y trasplantada en una tierra fértil preparada especialmente por Dios; es cercada por las murallas de Jerusalén y vigilada por el imponente Templo. Pero la viña no produjo uvas buenas para vino, símbolo de las vidas santas que Dios esperaba de su pueblo. Por ello Dios permitió que fuera invadida por invasores extranjeros, como Isaías prevé en la primera lectura.

Jesús continúa la historia en donde la deja Isaías, incluso usando sus palabras para describir el lagar, la cerca y la torre. Los líderes religiosos de Israel, los labradores de esta parábola, no han aprendido nada de Isaías ni del pasado de Israel. En vez de producir buenos frutos, han matado a los servidores del propietario, los profetas enviados para reunir la cosecha: las almas fieles.

Como oscuro presagio de su propia crucifixión fuera de Jerusalén, Jesús dice que el ultraje final de los labradores será detener al hijo del propietario y matarlo fuera de las murallas de la viña.

Por esto la viña, a la que Jesús llama reino de Dios, les será quitada y le será entregada a nuevos labradores: los líderes de la Iglesia, que producirá sus frutos.

Cada uno de nosotros es una vid en la viña del Señor, injertada en la Vid verdadera que es Cristo (cf. Jn 15,1–8), llamado a llevar frutos de justicia en Él (cf. Flp 1,11) y a ser “primicia” de una nueva creación (cf. St 1,18).

Debemos cuidar el no dejarnos perdernos por las espinas y las zarzas que son las preocupaciones del mundo. Como advierte la epístola de hoy, hemos de llenar nuestro corazón y nuestra mente con intenciones nobles y acciones virtuosas, regocijándonos siempre por que el Señor está cerca.