Vivos en el Espíritu: Scott Hahn reflexiona sobre el 6º Domingo de Pascua

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La predicación de san Pablo en AtenasLecturas:
Hechos 8, 5–8.14–17
Salmo 66,1–7.16.20
1 Pedro 3, 15–18
Juan 14, 15–21


Jesús no nos dejará solos. No nos hará hijos de Dios en el Bautismo, sólo para dejarnos “huérfanos”. Él nos lo garantiza en el Evangelio de hoy (cf. Rm 8,14–17).

Le pide al Padre que nos de su Espíritu para que more en nosotros y nos mantenga unidos en la vida que Él comparte con el Padre.

En la primera lectura de hoy vemos que el don prometido del su Espíritu es conferido.

La escena que describe Hechos, aparentemente representa el rito primitivo de la Confirmación. Felipe, uno de los primeros diáconos (cf. Hch 6,5), proclama el Evangelio en la ciudad de Samaria (no judía). Los samaritanos aceptan la Palabra de Dios (cf. Hch 17,11; 1Ts 2,13) y son bautizados.

Toca a los Apóstoles enviar a sus representantes, Pedro y Juan, para rezar e imponer las manos en los nuevos bautizados, y que así ellos reciban el Espíritu Santo. Este es el origen de nuestro sacramento de la Confirmación (Hch 19,5–6), mediante el cual la gracia del Bautismo es completada, y los creyentes son sellados con el Espíritu prometido por el Señor.

Nosotros permanecemos en esa gracia mientras amemos a Cristo y guardemos sus mandamientos. Y, fortalecidos por el Espíritu—de quien Jesús dijo que sería nuestro Paráclito (Defensor)—, estamos llamados ser testigos de nuestra salvación; de las grandes maravillas que Dios ha hecho por nosotros en el nombre de su Hijo.

En el salmo de hoy celebramos nuestra liberación. Como escuchamos en la epístola, así como Yahvé cambió el mar por tierra seca para liberar a los israelitas cautivos, Cristo sufrió para poder conducirnos a Dios.

Esa es la razón de nuestra esperanza. Esperanza que nos sostiene frente a un mundo que no puede aceptar la verdad de Dios; esperanza que nos mantiene firmes cuando somos maldecidos o difamados por su Nombre.

Pedro nos dice hoy que, aunque Cristo fue muerto en la carne, en el Espíritu fue devuelto a la vida. Y, como Él mismo promete: “Porque yo vivo, también vosotros viviréis”.