Aquí está tu Dios: Scott Hahn reflexiona sobre el 3º Domingo de Adviento

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San Juan Bautista en prisión visitado por dos discípulosLecturas:
Isaías 35,1–6,10
Salmo 146,6–10
Santiago 5,7–10
Mateo 11,2–11


Juan cuestiona a Jesús desde la prisión, por el bien de sus discípulos y el nuestro.

Él sabe que Jesús está haciendo “las obras del Mesías” predichas en la primera lectura y el salmo de hoy. Pero quiere que sus discípulos—y nosotros—sepamos que el Juez está a la puerta; que en Jesús, nuestro Dios ha venido a salvarnos.

La liturgia del Adviento nos lleva al desierto para ver y oír las palabras y obras maravillosas de Dios: el cojo que salta como un ciervo, los muertos resucitados, las buenas nuevas predicadas a los pobres (cf. Is 29,18–20; 61,1–2).

La liturgia pretende con ello darnos valor, fortalecer nuestras manos débiles y dar firmeza a nuestras rodillas vacilantes. Es fácil que nuestros corazones se vuelvan temerosos y se vengan abajo durante los apuros que enfrentamos. Podemos perder la paciencia en nuestros sufrimientos, mientras esperamos la venida del Señor.

Como advierte Santiago en la epístola de hoy, debemos tomar como ejemplo a los profetas, quienes hablaron en el nombre de Dios.

También Jesús nos señala un profeta, presentando a Juan como modelo. Éste sabía que la vida era más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. Buscó primero el Reino de Dios, confiando en que Dios proveería (cf. Mt 6,25–34). Juan no se quejó, no perdió la fe. Aún encadenado en su celda, enviaba a sus discípulos—y a nosotros—al Salvador.

Nuevamente venimos a Jesús en la Eucaristía. Él ya ha hecho florecer el desierto y ha transformado las arenas ardientes en fuentes de agua viva. Ha abierto nuestros oídos para escuchar las palabras del libro sagrado, ha liberado nuestra lengua para llenar el aire con cantos de gratitud (Is 30,18).

Nosotros, que alguna vez estuvimos doblegados, cautivos del pecado y de la muerte, hemos sido rescatados y regresados a su Reino, coronados con una interminable alegría. Levantados, estamos ahora frente a su altar para encontrarnos con Aquel que ha de venir: “Aquí está tu Dios”.