Invocación escuchada: Scott Hahn reflexiona sobre el 17º Domingo de Tiempo Ordinario

El Sermón de la MontañaLecturas:
Génesis 18,20-32
Salmo 138,1-3.6-8
Colosenses 2,12-14
Lucas 11,1-13


A pesar de que no somos más que “polvo y ceniza”, podemos presumir de llamar la atención y hablar audazmente a Nuestro Señor, como Abraham se atreve a hacer en la primera lectura de esta semana.

Pero incluso Abraham, el amigo de Dios (cfr. Is 41,8), nuestro padre en la fe (cfr. Rm 4,12) no conoció la intimidad que nosotros experimentamos como hijos suyos, herederos de las bendiciones prometidas a sus descendientes (cfr. Ga 3,7.29).

El misterio de la oración, como Jesús revela a sus discípulos en el Evangelio de esta semana, es la relación viva que los amados hijos e hijas tienen con su Padre celestial. Nuestra oración es puro don, hecho posible por el “regalo gratuito” del Padre: el Espíritu Santo de su Hijo. Es el fruto de la Nueva Alianza por la cual somos hechos hijos de Dios en Cristo (cfr. Ga 4,6.7; Rm 8,15.16)

Por el Espíritu que se nos ha dado en el Bautismo podemos clamar a él como nuestro Padre, sabedores de que cuando llamemos, Él responderá.

Jesús enseña a sus discípulos a perseverar en su oración, como Abraham persistió implorando la misericordia de Dios por los inocentes de Sodoma y Gomorra. Por causa del único Justo, Jesús, Dios libró la ciudad de los hombres de la destrucción (cfr. Jr 5,1; Is 53), “borró el protocolo que nos condenaba”, como dice Pablo en la epístola de esta semana.

Jesús clavó en la cruz las culpas de todos nosotros, cancelando así la deuda que le debíamos a Dios, la muerte que nos merecíamos por nuestras faltas. Oramos como quienes han sido liberados, sabiendo que hemos sido visitados en nuestra aflicción y salvados de nuestros enemigos.

Rezamos siempre una plegaria de acción de gracias, lo cual significa literalmente Eucaristía. Hemos realizado la promesa del salmo de esta semana: nos postramos en su Templo santo, en la presencia de ángeles, santificando su Nombre.

Pedimos con confianza sabiendo que recibiremos; que Él completará lo que ha hecho por nosotros: levantarnos de la muerte y traernos a la vida eterna con Él.