La unción: Scott Hahn reflexiona sobre el bautismo del Señor

Bautismo de CristoLecturas:
Isaías 42,1–4.6–7
Salmo 29, 1–4.9–10
Hch 10, 34–38
Lucas 3, 15–16.21–22


La liturgia de la semana pasada reveló el misterio del plan de Dios: que en Jesús todos los pueblos—simbolizados por los Magos—han sido hechos coherederos de las bendiciones prometidas a Israel. En este domingo se nos muestra cómo reclamamos nuestra herencia.

Jesús no se somete al bautismo de Juan como un pecador necesitado de purificación.

Se humilla a Sí mismo, pasando por las aguas del Jordán, para liderar un nuevo “éxodo”, abriendo las puertas de la tierra prometida del cielo, de modo que todos los pueblos puedan escuchar las palabras que se pronuncian hoy sobre Él, palabras reservadas sólo para Israel y su rey: que cada uno de nosotros es un hijo amado de Dios (cf. Gn 22,2; Ex 4,22; Sal 2,7).

Jesús es el siervo escogido que Isaías profetiza en la primera lectura de este domingo; Aquel que es ungido con el Espíritu componer el mundo. Dios pone su Espíritu sobre Jesús para hacerlo “alianza de un pueblo”, liberador de los cautivos, luz de las naciones.

Jesús, nos dice la segunda lectura dominical, es Aquel que ha sido largamente esperado en Israel, “ungido…con el Espíritu Santo y con poder”.

La palabra Mesías significa “ungido” con el Espíritu de Dios. El rey David fue “el ungido del Dios de Jacob” (cf. 2S 23,1-17; Sal 18,51; 132,10.17).