Lo que Dios ha unido: Scott Hahn reflexiona sobre el 27º Domingo de Tiempo Ordinario

MatrimonioLecturas:
Génesis 2,18-24
Salmo 128, 1-6
Hebreos 2, 9-11
Marcos 10, 2-16


En el evangelio de este domingo, los fariseos intentan atrapar a Jesús con una pregunta engañosa

La “legalidad” de divorcio en Israel nunca fue puesta en duda. Moisés lo había permitido (cfr Dt 24, 1-4). A pesar de esto, Jesús remonta a sus antagonistas a un tiempo anterior a Moisés: “el principio”, y les da su interpretación del texto que escuchamos en la primera lectura.

El divorcio, nos dice Cristo, viola el orden de la creación. Moisés lo permitió como concesión ante la dureza de corazón del pueblo—es decir, su incapacidad de ser fieles a la Alianza, a la Ley de Dios-. Pero Jesús vino para cumplir la Ley y revelar su verdadero sentido y finalidad; y para darle al pueblo la gracia para guardar los mandamientos de Dios.

Cristo nos revela que el matrimonio es un sacramento, un signo divino y vivificante. Mediante la unión del hombre y la mujer, Dios quiso derramar sus bendiciones a la familia humana, haciéndola fecunda y multiplicándola hasta que llenara la tierra (cfr Gn 1, 28).

Por ello el Evangelio de hoy pasa tan fácilmente del debate sobre el matrimonio a la bendición de unos niños por Jesús. Los hijos son las bendiciones que el Padre otorga a las parejas que siguen su camino, como cantamos en el salmo de hoy.

El matrimonio también es un signo de la Nueva Alianza con Dios. Como la epístola de hoy deja entrever, Jesús es el Nuevo Adán -hecho poco inferior a los ángeles, nacido de una familia humana (cfr. Rm 5, 14; Sal 8, 5-7)- . La Iglesia es la nueva Eva, la “mujer” nacida del costado atravesado de Cristo, durante el sueño de su muerte en la cruz (cfr. Jn 19, 34; Ap 12, 1-17).

Mediante la unión de Cristo y la Iglesia como “una sola carne”, el plan de Dios para el mundo se cumplió (cfr. Ef 5, 21-32). Eva fue “la madre de todos los vivientes” (Gn 3, 20). Por otro lado, en el bautismo somos hechos hijos de la Iglesia, hijos del Padre, herederos de la gloria eterna que Él destinó para la familia humana desde el principio.

El reto para nosotros es vivir como hijos del reino y crecer constantemente en nuestra fidelidad, amor y devoción a Cristo y a las enseñanzas de su Iglesia.