Reino de Sacerdotes: Scott Hahn reflexiona sobre el 11º Domingo de Tiempo Ordinario

Cordero de DiosLecturas:
Éxodo 19,2-6
Salmo 100,1-3.5
Romanos 5, 6-11
Mateo 9,36-10,8


Las palabras que Dios dice a Israel en la primera lectura, están dirigidas también a nosotros. La Iglesia es el cumplimiento de la alianza de Dios con Israel; un reino de sacerdotes y un pueblo santo (Dt 26,19; Is 62,12).

En la Iglesia, hemos sido congregados como el nuevo “Israel de Dios” (cf. Ga 6,16). Nos ha hecho su propio pueblo, el rebaño que cuida, como cantamos en el salmo de este domingo.

Moisés fue el primer pastor de Israel (cf. Ex 3,1). Teniendo a la vista la Tierra Prometida, rogó a Yahvé que hiciera surgir un sucesor suyo, para que el pueblo de Dios no fuera abandonado, como ovejas sin pastor (cf. Nm 27,17).

Esas mismas palabras se usan en el Evangelio de esta semana, para describir la compasión que Jesús siente para con las muchedumbres, que están “extenuadas y abandonadas como ovejas sin pastor”.

Los pastores de Israel (los escribas y fariseos) habían abandonado y mal dirigido el pueblo por su hipocresía y ceguera espiritual (cf. Mt 23,1-36; Jr 50,6). Pero Dios había prometido tiempo atrás que Él mismo vendría y salvaría sus ovejas, buscándolas en todos los lugares donde se habían dispersado “por falta de pastor” (cf. Ez 34,1-24).

Jesús es el nuevo Moisés y el nuevo David prometido por los profetas; un pastor-rey divino enviado para restablecer el reino sacerdotal del Dios (cf. Jn 10,11).

Como Moisés designó a Josué como sucesor suyo, en el Evangelio de este domingo vemos a Jesús dando a los Doce sus poderes y autoridad (cf. Mt 9,35; 10,1). En el plan de Dios, ellos han de buscar primero las ovejas perdidas de Israel, y después traer a todas las naciones al redil (cf. Hch 13,46; Rm 1,16).

Hemos sido salvados y reconciliados con Dios, como escuchamos en la epístola de esta semana. Él, como lo hizo con Israel, también nos ha hecho un reino de sacerdotes en la Iglesia (cf. Ap 1,6).

Por tanto, en esta Misa, venimos a servirle con gozo para alabar su bondad, que permanece para siempre.