Reino del Hijo: Scott Hahn reflexiona sobre la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

La crucifixiónLecturas:
2 Samuel 5,1–3
Salmo 122,1–5
Colosenses 1,12–20
Lucas 23,35–43


Cada semana, la liturgia nos ha venido preparando para la revelación que se nos hace este último domingo del año litúrgico.

Como se nos ha mostrado en las lecturas, Jesús verdaderamente es el Elegido, el Mesías de Dios, el Rey de los Judíos. Irónicamente, en el Evangelio de hoy escuchamos esos títulos de quienes no creen en Él: las autoridades de Israel, los soldados, un criminal que está muriendo a su lado.

Lo único que ellos alcanzan a ver es el escándalo de una figura sangrienta clavada en una cruz. Lo desprecian con palabras y actitudes que ya habían sido predichas en las Escrituras de Israel (cf. Sal 22,79; 69,21–22; S 2,18–20). Le echan en cara que si en verdad Él es rey, Dios lo rescatará. Pero Él no viene a salvarse, sino a ellos y a nosotros.

El buen ladrón nos enseña de qué manera debemos aceptar la salvación que Cristo nos ofrece. Confiesa sus pecados y reconoce que merece la muerte por ellos. Pero apela al nombre de Jesús, busca su misericordia y perdón.

Es salvado por su fe. Jesús le “recuerda”, pues Dios ha recordado siempre a su pueblo, visitándolo con sus hazañas de salvación, contándolos como herederos entre sus elegidos (cf. Sal 106,4–5).

Por la sangre de su cruz, Jesús revela su reinado que consiste no en salvarse a Sí mismo, sino en ofrecerse en rescate por nosotros. Nos traslada “al reino de su Hijo querido”, como nos dice la epístola de hoy.

Su Reino es la Iglesia, la nueva Jerusalén y casa de David, de la cual cantamos en el salmo de este día.

En la primera lectura de hoy, por la alianza con David las tribus de Israel se hacen “hueso y carne” con su rey. Por la Nueva Alianza hecha en su Sangre, Cristo se hace una carne con el pueblo de su Reino, la Cabeza con su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Ef 5,23–32).

En cada Eucaristía celebramos y renovamos esta alianza, dando gracias por nuestra redención, esperando el día en que también nosotros estaremos con Él en el paraíso.