La luz brilla en la oscuridad: Scott Hahn reflexiona sobre el 5º domingo de Tiempo Ordinario

Vista de Jerusalén desde el valle de JosafatIsaías 58:7–10
Salmo 112:4–9
1 Corintios 2:1–5
Mateo 5:13–16


Jesús vino entre nosotros como luz para la oscuridad de un mundo caído.

Como sus discípulos, estamos llamado a ser “la luz del mundo,” así nos dice en el evangelio de este domingo (cfr. Jn. 1:4–9; 8:12; 9:5).

Las tres figuras que Jesús ocupa para describir la Iglesia están vinculadas con la identidad y vocación de Israel.

Dios identifico su Reino con el reino de David y su descendientes por medio de una “alianza de sal”, la sal siendo un signo de estabilidad y pureza (cfr. 2 Crónicas 13:5,8; Lv 2:13; Ez 43:24).

Jerusalén iba a ser una ciudad situada en la Montaña, en alto, atrayendo a todas las naciones hacia la luz gloriosa saliendo de su Templo (cfr. Is 2:2; 60:1–3).

E Israel recibió la misión de ser una luz para las naciones, para que la salvación de Dios llegara hasta los confines de la tierra (cfr. Is 42:6; 49:6).

La liturgia nos enseña esta semana que la Iglesia y cada Cristiano tienen la llamada de cumplir con la misión de Israel.

Por nuestra fe y nuestras buenas obras tenemos que hacer que la luz de la vida de Dios brille en la oscuridad, como cantamos en el salmo de este domingo.

Las lecturas de este domingo nos recuerdan que nuestra fe nunca puede ser un asunto privado y que no la podemos esconder debajo de una canasta.

Tenemos que entregarnos a los afligidos, como dice Isaías en la primera lectura. Nuestra luz debe brillar como un rayo de la misericordia de Dios para todos los pobres, los hambrientos, los desnudos y los esclavizados.

Nuestras vidas deben ser transparentes. Nuestra familia y nuestros amigos, nuestros vecinos y conciudadanos deben ver reflejados en nosotros la luz de Cristo y por medio de nosotros ser atraídos a las verdades salvíficas del evangelio.

Oremos que nosotros, como San Pablo en la epístola, podamos proclamar con nuestras vidas a “Cristo, El crucificado”.