La historia redimida: Scott Hahn reflexiona sobre el 3º Domingo de Tiempo Ordinario

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Vocación de los primeros apóstolesLecturas:
Isaías 8,23–9,3
Salmo 27,1.4.13–14
1 Corintios 1,10–13.17
Mateo 4,12–23


La liturgia de hoy nos da una lección de geografía e historia israelita antigua.

En el Evangelio de hoy, Mateo menciona la profecía de Isaías que aparece en la primera lectura. Ambas citas buscan recordar la aparente caída del reino eterno prometido a David (cf. 2 S 7,12–14; Sal 89; Sal 132, 11–12).

Ocho siglos antes de Jesús, la parte del reino donde vivían las tribus de Zebulón y Neftalí fue atacada por los asirios y sus habitantes fueron llevados al cautiverio (cf. 2 R 15,29; 1 Cr 5,26).

Esto marcó el comienzo del final del reino, que terminó desmoronándose en el siglo VI antes de Cristo, cuando Jerusalén fue capturada por Babilonia y las tribus que quedaban fueron llevadas al exilio (cf. 2 R 24,14).

Isaías profetizó que Zabulón y Neftalí, las primeras tierras que fueron degradadas, serían también las primeras en ver la luz de la salvación de Dios. Jesús cumple hoy esa profecía, anunciando la restauración del reino de David, precisamente ahí donde empezó a caer.

Su Evangelio del reino incluye no sólo a las doce tribus de Israel, sino a todas las naciones, simbolizadas en la “Galilea de las naciones”. Al llamar a sus primeros discípulos, dos pescadores del mar de Galilea, los destina a ser “pescadores de hombres”.

Según nos dice San Pablo en la Epístola de hoy, los discípulos han de predicar el evangelio para unir todos los pueblos en un mismo pensar y sentir; en un reino mundial de Dios.

Mediante su predicación, la profecía de Isaías ha sido proclamada. Un mundo en tinieblas ha visto la luz. El yugo de la esclavitud y el pecado, cargado por la humanidad desde el inicio de los tiempos, ha sido destrozado.

Como cantamos en el salmo de hoy, ya somos capaces de habitar en la casa del Señor, de adorarlo en la tierra de los vivos.