Lecturas:
Josué 5,9–12
Salmo 34,2–7
2 Corintios 5,17–21
Lucas 15,1–3, 11–32
En la primera lectura de este día, Dios perdona el “reproche” de las generaciones que murmuraron contra Él después del Éxodo. En el umbral de la tierra prometida Israel, con un corazón limpio, puede ya celebrar la Pascua, la fiesta del hijo primogénito de Dios (cfr. Jos 5,6-7; Ex 4,22; 12,12-13).
La reconciliación se encuentra también en el corazón de la historia que Jesús narra en el Evangelio de hoy. La parábola del hijo pródigo es la historia de Israel y de la raza humana. Pero es también la historia de todo creyente.
En el Bautismo renacemos como hijos de Dios, somos hechos una “nueva creatura”, como Pablo puntualiza en la epístola de hoy. Pero cuando pecamos somos como el hijo pródigo: abandonamos la casa de nuestro Padre y despilfarramos nuestra herencia intentando vivir lejos de Él.
Perdidos en el pecado, nos separamos de la gracia de filiación que en el bautismo fue derramada sobre nosotros. Todavía es posible que recapacitemos y tomemos el camino de regreso al Padre, como el hijo pródigo.
Pero sólo Él puede quitar el reproche y restaurar la filiación divina que hemos rechazado. Sólo él puede liberarnos de la esclavitud del pecado que, como al hijo pródigo, nos hace ver a Dios no como a un Padre, sino como un amo al que servimos como esclavos. Dios no quiere esclavos, sino hijos.
Como el padre en el Evangelio de hoy, Dios quiere llamar “hijo mío” a cada uno de nosotros, para compartirnos su vida y decirnos: “todo lo mío es tuyo”.
Las anhelantes y compasivas palabras del Padre siguen viniendo a nosotros, sus hijos pródigos, en el sacramento de la penitencia.A esto, en parte, se refiere este día Pablo cuando habla del “ministerio de la reconciliación”, confiado por Jesús a sus apóstoles y a la Iglesia.
Reconciliados como Israel, ocupamos nuestro lugar en la mesa de la Eucaristía, banquete de bienvenida que el Padre ofrece a sus hijos perdidos, nueva Pascua que celebramos de este lado del cielo. En Ella saboreamos la bondad de Dios, como cantamos en el salmo de hoy, regocijándonos porque, habiendo estado muertos, hemos vuelto de nuevo a la vida.