¿Qué debemos hacer? Scott Hahn reflexiona sobre el 3º Domingo de Adviento

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El hijo pródigoLecturas:
Sofonías 3, 14-18
Isaías 12, 2-6
Filipenses 4, 4-7
Lucas 3, 10-18


En el Evangelio de este domingo, el pueblo está “lleno de expectación”. Cree que Juan el Bautista podría ser el Mesías, a quien ha estado esperando. Tres veces escuchamos su pregunta “¿Qué debemos hacer?” La venida del Mesías reta a cada persona a tomar una decisión: arrepentirse o no arrepentirse. Este es el mensaje de Juan y será el de Jesús (cfr. Lc 3,3; 5,32; 24,47).

“Arrepentimiento” es la traducción de una palabra griega, metanoia (que significa literalmente, “cambio de mentalidad”). En las Escrituras, el arrepentimiento se presenta como un “giro” que comprende dos aspectos: alejarse del pecado (cfr. Ez 3,19; 18,30) y acercarse a Dios (Si 17,20-21; Os 6,1).

Este “giro” es más que un simple ajuste de actitud. Implica un cambio radical de vida. Requiere “buenos frutos” como evidencia de arrepentimiento (cfr. Lc 3,8). Por ello, Juan les dice a las multitudes, a los soldados y a los publícanos que tienen que demostrar su fe mediante obras de caridad, honestidad y justicia social.

En la liturgia de este día, cada uno de nosotros está llamado a ser parte de esa muchedumbre que escucha la “Buena nueva”, la exhortación de Juan a arrepentirse. Debemos examinar nuestras vidas, y preguntar sinceramente como ellos, “¿Qué debemos hacer?” Nuestro arrepentimiento debe brotar, no de nuestro miedo a la “ira inminente” (cfr. Lc 3,7-9), sino de la gozosa cercanía a nuestro Dios Salvador.

El tema resuena en las lecturas de hoy. En la epístola leemos: “Alégrense…el Señor está cerca. No se inquieten por cosa alguna”. Mientras que el salmo nos exhorta nuevamente a estar gozosos, sin temor a la venida del Señor entre nosotros.

En la primera lectura de hoy, escuchamos ecos del anuncio del ángel a María. Las palabras del profeta se asemejan mucho al saludo de Gabriel (cfr. Lc 1,28-31). María es la Hija de Sión, la favorita de Dios, instruida a no temer sino a regocijarse de que el Señor, “un Salvador poderoso”, está con ella.

Ella es la causa de nuestra alegría, pues por su medio se nos acerca el Mesías; aquel de quien Juan prometió: “está a punto de llegar uno que es más poderoso que yo” (Lc 3, 16).