Lecturas:
Jeremías 33, 14-16
Salmo 25, 4-5; 8-10.14
1 Tesalonicenses 3, 12-4, 2
Lucas 21, 25-28; 34-36
Cada Adviento, la liturgia de la Palabra nos reorienta con respecto a nuestro sentido del tiempo. Con toda intención, en las lecturas de las próximas cuatro semanas, nos presentará tensión entre promesa y cumplimiento; expectación y liberación; futuro y pasado.
En la primera lectura de hoy, el profeta Jeremías guía nuestra atención hacia la promesa que Dios le hizo a David, unos 1000 años antes de Cristo. Dios dice a través del profeta que cumplirá esta promesa suscitando un vástago santo, un descendiente recto, que gobernará a Israel en justicia (cfr. 2Sam 7, 16; Jr 33, 17; Sal 89, 4-5; 27-38).
Así mismo, el salmo de este domingo trata el tema de la Antigua expectación de Israel: “Guíame en tu verdad y enséñame, porque tú eres Dios mi Salvador y por ti espero todo el día”.
Vemos el deseo y la expectación de Israel en el Antiguo Testamento y corroboramos también que Dios cumplió sus promesas enviando al mundo a su Hijo Único. Jesús es el vástago santo, el Dios y Salvador esperado.
El saber que Dios cumple sus promesas, le da aún más dramatismo a las palabras que Jesús pronuncia en el Evangelio de este Domingo.
Él nos urge a vigilar mientras esperamos su retorno glorioso, y para ello evoca imágenes de caos e inestabilidad del Antiguo Testamento: disturbios en los cielos (cfr. Is 13, 11.13; Ez 32.7-8; Jl 2,10) mares que braman (cfr. Is 5,30; 17,12); angustia en las naciones (cfr. Is 8, 22; 14, 25) y gente aterrorizada (cfr. Is 13, 6-11).
También usa la imagen profética de Daniel, referente al Hijo del Hombre que viene en una nube de gloria, para indicar que su regreso es “teofanía”, manifestación de Dios (cfr. Dn 7, 13.14).
Muchos se asustarán (algunos hasta, literalmente, morirse del miedo). Pero Jesús dice que debemos recibir el fin de los tiempos con la frente en alto, confiados en que Dios mantiene sus promesas, que “nuestra redención esta a la puerta” que “el reino de Dios está cerca” (cfr. Lc 21, 31).