Lecturas:
Isaías 35, 4-7
Salmo 146, 7-10
Santiago 2, 1-5
Marcos 7, 31-37
Solo Marcos relata el episodio del que nos habla el Evangelio de este domingo. En el decir de la gente está la clave principal: “Todo lo ha hecho bien”. El texto griego usado por el evangelista, hace eco del relato de la creación que dice: “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (cfr. Gn 1,31).
Deliberadamente, San Marcos evoca la promesa del profeta Isaías que escuchamos en la primera lectura de hoy: que Dios hará oír a los sordos y hablar a los mudos. Incluso describe a la persona que es curada por Cristo, utilizando una palabra griega (mogigalion, “impedimento del habla”) que sólo se encuentra en otro lugar de la Biblia: en la traducción griega del pasaje de Isaías que leemos este domingo, donde el profeta describe que “la lengua de los mudos gritara de alegría”.
La multitud se da cuenta que Jesús está haciendo lo que el profeta predijo. Pero San Marcos nos invita a ver algo mucho más grande, que podría expresarse con las palabras de la primera lectura: “Ya viene su Dios”.
Es notorio cuán personal y descriptivo es el drama de este Evangelio. Nos pide fijar la atención en una mano, unos dedos, una lengua, la saliva. En Jesús, nos enseña San Marcos, Dios verdaderamente se ha hecho carne.
Él ha hecho nuevas todas las cosas; ha hecho una nueva creación (cfr. Ap 21, 1-5). Como lo prometió Isaías, ha hecho que las aguas vivas del bautismo corran por el desierto del mundo. Ha liberado los cautivos de sus pecados, como cantamos en el salmo de hoy. Ha venido para que los ricos y los pobres puedan cenar juntos en el banquete eucarístico, de acuerdo a lo que nos dice Santiago en su epístola.
Él ha hecho por cada uno de nosotros lo que hizo por el sordomudo: ha abierto nuestros oídos a la Palabra de Dios y ha soltado nuestras lenguas para que podamos cantar sus alabanzas.
Por tanto, nuevamente en la Eucaristía, demos gracias a nuestro glorioso Señor Jesucristo. Digamos con Isaías aquí esta nuestro Dios, que viene a salvarnos. Que seamos ricos en fe, para que heredemos el reino prometido a los que lo aman.