El regreso de la Palabra: Scott Hahn reflexiona sobre el 15º Domingo de Tiempo Ordinario

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SembradorLecturas:
Isaías 55, 10–11
Salmo 65, 10–14
Romanos 8, 18–23
Mateo 13, 1–23


Las lecturas de hoy, como las de la semana anterior, nos invitan a meditar en la respuesta de Israel a la Palabra de Dios y también en nuestra propia respuesta. ¿Porqué algunos de los que escuchan la palabra del reino, aún no la aceptan como llamada a la conversión y a la fe en Jesús? Esa pregunta subyace de manera especial en el Evangelio de hoy.

Nuevamente vemos, como la semana pasada, que los misterios del reino son revelados a los que abren sus corazones, haciendo de ellos tierra fértil en la que la Palabra puede crecer y dar frutos.

Como cantamos en el salmo de este domingo, en Jesús la Palabra de Dios ha visitado nuestra tierra, para empapar el suelo pedregoso de nuestros corazones con las aguas vivas del Espíritu (cf. Jn 7,38; Ap 22,1).

Como San Pablo nos recuerda en la epístola de esta semana (cf. Rm 5,5; 8,15–16) la primicia de la Palabra es el Espíritu de amor y adopción derramado en nuestros corazones en el bautismo, que nos hizo hijos de Dios. En él somos hechos una “nueva creación” (cf. 2 Co 5,17), primicias de un cielo nuevo y una tierra nueva (cf. 2P 3,13).

Desde que los primeros hombres rechazaron la Palabra de Dios, la creación ha sido esclavizada de lo vano (cf. Gn 3,17–19; 5.29). Pero la Palabra de Dios no sale para volver a Él sin resultado, como escuchamos en la primera lectura del domingo.

Su Palabra espera nuestra respuesta. Debemos demostrar que somos hijos de esa Palabra. Debemos permitir que esa Palabra realice la voluntad de Dios en nuestras vidas. Como Jesús nos advierte, debemos cuidar que no sea arrebatada por el diablo o ahogada por las preocupaciones mundanas.

En la Eucaristía, Jesús, la Palabra, se nos da a Sí mismo como pan que alimenta. Lo hace para que podamos ser fértiles, dando frutos de santidad.

Y así esperamos la coronación del año, la gran cosecha del Día del Señor (cf. Mc 4,29; 2P 3,10; Ap 14,15), cuando Su Palabra haya alcanzado el fin para el cual fue enviada.