Lecturas:
1 Reyes 3,5. 7–12
Salmo 119,57.72.76–77.127–130
Romanos 8,28–30
Mateo 13, 44–52
¿Cuánto vale para ti tu nueva vida en Cristo?
¿Amas sus palabras más que el oro y la plata, como cantamos en el salmo de esta semana? ¿Venderías todo lo que tienes para poseer el reino que Él promete, como los personajes del Evangelio de este domingo?
¿Si Dios te concediera cualquier deseo, seguirías el ejemplo de Salomón en la primera lectura, quien no pidió una larga vida o riquezas, sino sabiduría para conocer los caminos de Dios y desear su voluntad?
El trasfondo del Evangelio de este domingo, como lo ha sido las semanas anteriores, es el rechazo de Israel a la predicación de Jesús. El reino del cielo ha llegado en medio de ellos. Sin embargo, muchos no pueden ver que Jesús es el cumplimiento de la promesa de Dios; que es un regalo de la compasión divina, dado para que ellos—y nosotros también—puedan vivir.
También nosotros debemos descubrir el reino nuevamente, para encontrarlo como un tesoro, como perla de gran valor. En comparación con el reino, necesitamos considerar basura todo lo demás (cf. Flp 3,8).
Y debemos estar dispuestos a dejar todo lo que tenemos—todas nuestras prioridades y planes—a fin de ganarlo. El Evangelio de Jesús revela lo que San Pablo, en la epístola de esta semana, llama el designio de Dios (cf. Ef 1,4) . Ese designio es que Jesús sea el primogénito de muchos hermanos.
Sus palabras dan entendimiento a los sencillos, a los que son como niños. Como Salomón en la lectura de esta semana, debemos humillarnos ante Dios, entregándonos a su servicio. Pidamos en nuestra oración un corazón sabio, que desee solamente hacer su voluntad.
Estamos llamados a amar a Dios, a deleitarnos en su Ley y a abandonar todo camino falso. Y debemos conformarnos cada vez más a la imagen de Su Hijo.
Si hacemos esto, podemos acercarnos a Su altar como sacrificio agradable, confiados en que todo contribuye para bien; seguros de que los que hemos sido justificados por Él, seremos también glorificados un día.