Lecturas:
Hechos 1,1–11
Salmo 47,2–3, 6–7, 8–9
Efesios 1,17–23
Mateo 28,16–20
En la primera lectura de hoy de los Hechos de los apóstoles, San Lucas nos da las maravillosas noticas que todavía hay más que contar de esta historia. No terminó todo con la tumba vacía, o con la aparición de Jesús a los apóstoles durante esos 40 días. La obra salvífica de Jesús tendría una consumación litúrgica. Es el sumo sacerdote que todavía tiene que ascender a la Jerusalén celestial, para celebrar la fiesta en el Santísimo de los cielos.
La verdad de esta fiesta resalta en la carta a los Hebreos, donde leemos que el sumo sacerdote penetró los cielos, el sacrificio del intercesor sin pecado por nuestra causa (véase Hebreos 4, 14-15).
Efectivamente, esta intercesión permite la venida del Espíritu Santo en forma de fuego sobre la Iglesia. Lucas detalla esta promesa en la primera lectura de la Ascensión: “dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1,5). La Ascensión es la fiesta que orienta a la Iglesia hacia el Pentecostés. En ese día, se completó la salvación; pues la salvación no es simplemente la expiación de los pecados (que fuera más que suficiente), pero es algo más aun. La expiación es algo necesario para nuestra adopción como hijos de Dios. Para vivir esta vida divina hay que recibir el Espíritu Santo. Para recibir el Espíritu Santo hay que ser purificados por el bautismo. El salmo responsorial nos presenta la Ascensión en términos conocidos del culto del Templo de Jerusalén en los días del Rey Salomón: “Entre voces de júbilo y trompetas, Dios asciende a su trono” (Salmo 47). El sacerdote-rey toma el lugar principal sobre su pueblo, gobernando a las naciones, estableciendo la paz.
La epístola toma un tono algo pascual. En la Iglesia naciente, al igual que hoy, la Pascua era la temporada de bautismos de conversos ya adultos. Se le decía a este sacramento “la iluminación” (véase Hebreos 10,32) por la luz que conlleva la gracia salvadora de Dios. San Pablo, en su carta a los efesios, hace referencia a la gloria que lleva a glorias aun mayores, así como la Ascensión lleva al Pentecostés: “Le pido que les ilumine la mente” al esperar la divinización de los creyentes. Su “esperanza” es “la herencia que Dios da a los que son suyos,” los santos que han sido adoptados a la familia de Dios y que ahora gobiernan con él a la derecha del Padre.
Esta es la “buena nueva” a la que los apóstoles se les encomienda compartir al mundo entero, a todos los pueblos, comenzando con Jerusalén, en la primera Ascensión. Es la buena nueva que tenemos que compartir hoy.