Lecturas:
Sabiduría 6,12–16
Salmo 63,2–8
1 Tesalonicenses 4,13–17
Mateo 25,1–13
Según las costumbres matrimoniales de la época de Jesús, la novia primero se “desposaba” con su esposo pero seguía viviendo con su familia por un tiempo. Al llegar la hora meses después, el novio venía por ella, y los acompañaba la familia de la novia y el cortejo nupcial (o padrinos) al banquete de bodas celebrando e inaugurando su nueva vida juntos.
Esta explicación sirve de fondo para la parábola del juicio final que vemos en el evangelio de hoy.
En el simbolismo de la parábola, Jesús es el Novio (véase Marcos 2,19). Es aquí donde cumple la promesa antigua de Dios de unirse para siempre a su pueblo escogido, así como un esposo se une a su mujer (véase Oseas 2,16–20). Las vírgenes y cortejo nupcial representan a todos nosotros, los miembros de la Iglesia.
Todos estamos desposados con Jesús en nuestro bautismo (véase 2 Corintios 11,2, Efesios 5,25–27) y estamos llamados a vivir vidas de santidad y devoción hasta su venida para llevarnos al banquete de bodas celestial al final (véase Apocalipsis 19,7–9; 21,1–4).
San Pablo nos advierte en la carta de hoy que Jesús vendrá de nuevo, pero no sabemos ni el día ni la hora.
Necesitamos permanecer en vigilia durante esta época de la noche obscura en la cual el Novio parece demorase. Necesitamos mantener las lámparas de nuestras almas llenas del aceite de la perseverancia y del deseo de Dios, virtudes cuales son ensalzadas en la primera lectura y el salmo de hoy.
Tenemos que buscarlo en amor, meditando su bondad, clamando su nombre, tratando de ser cada vez más dignos de Él, de encontrarnos sin mancha a su llegada.
Al hacer esto, seremos unos de los prudentes y el aceite de nuestras lámparas no se acabará (véase 1 Reyes 17,16). Veremos al Novio, la Sabiduría de Dios (véase Proverbios 8,22–31, 35; 9,1–5), acercándose apresuradamente hacia nosotros, llamándonos a la mesa que nos tiene preparada, el banquete exquisito que satisfará nuestras almas.