Lecturas:
Hechos 10, 25-26, 34-35, 44-48
Salmo 98, 1-4
1 Juan 4, 7-10
Juan 15, 9-17
Dios es amor y reveló su amor al enviar a su único Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados (Cfr. 1 Jn 4,10).
En estas palabras de la epístola de hoy, podemos escuchar el eco del relato de Abraham ofreciendo a su hijo Isaac, en el amanecer de la historia de salvación. Abraham obedeció el mandamiento de Dios y, por no haberle negado a ésu único hijoé, Dios le prometió que por su descendencia, los hijos de Israel, serían bendecidas todas las naciones (Gn 22,16-18).
Vemos cumplida esa promesa en la primera lectura de este domingo. Dios derrama su Espíritu sobre élasnacionesé, los gentiles, los no-Israelitas, mientras escuchan la predicación de San Pedro. Ellos reciben el Espíritu como lo recibieron los judíos congregados en Jerusalén el día de Pentecostés; y hablan en lenguas glorificando a Dios (Cfr. Hch 2, 5-11)
En su amor siempre actual, Dios revela que la salvación que nos da abarca a la casa de Israel y a todas las naciones. No es por la circuncisión ni por llevar la sangre de Abraham, que los pueblos se hacen herederos de la promesa hecha a él por Dios, sino por la fe en la Palabra de Cristo, sellada con el Bautismo. (cfr. Ga 3, 7-9; Ef 2,12)
Esta es la maravilla obrada por Dios que cantamos en el salmo responsorial. Es la obra de la Iglesia,el buen fruto para el cual Jesús eligió y destinó a sus apóstoles, según elevangelio de este domingo.
Como San Pedro levanta a Cornelio en la lectura de hoy, la Iglesia nos invita a levantar nuestros ojos a Cristo, el único en cuyo nombre podemos encontrar la salvación. (Cfr.Hch 4,12)
En la Iglesia, cada uno de nosotros ha sido engendrado por el amor de Dios. Sin embargo, las lecturas de este domingo nos recuerdan que ese don divino trae consigo un mandamiento y un deber. Tenemos que amarnos unos a otros como Él nos ha amado. Tenemos que dar nuestras vidas a los demás, para que ellos también encuentren amistad con Cristo y nueva vida en Él.