Lecturas:
Hechos 5,12–16
Salmo 118,2–4.13–15.22–24
Apocalipsis 1,9–13.17–19
Juan 20,19–31
El profeta Daniel contempló una visión de alguien parecido a “un Hijo de hombre” que recibía un reinado eterno (cfr. Dn 7,9-14). En la segunda lectura de hoy Juan es arrebatado al cielo, en donde ve que esa profecía se cumple en Jesús, quien aparece “como un Hijo de hombre”.
Jesús viste una túnica de Sumo Sacerdote (cfr. Éx 28,4; Sb 18,24) y lleva, como un Rey, un cinturón de oro (cfr. 1 M 10,89). Ha sido exaltado por la diestra del Señor, como cantamos en el salmo de hoy.
Su cuerpo resucitado (que es tocado por los Apóstoles en el Evangelio de este día) ha sido hecho Espíritu dador de vida (cfr. 1 Co 15,45).
Así como el Padre lo ha ungido con Espíritu y con poder (cfr. Hch 10,38), derrama ese mismo Espíritu en los Apóstoles y los envía al mundo “como el Padre me ha enviado a mí.”.
Jesús “sopla” el Espíritu de su vida divina sobre los Apóstoles como Dios “insufló aliento de vida” en Adán (cfr. Gn 2,7). Algo parecido sucede cuando la oración de Elías regresa el “aliento de vida” al niño muerto (cfr. 1R 17,21-23), y cuando el Espíritu sopla nueva vida a los cadáveres en el valle de los huesos (cfr. Ez 37,9-10).
Su aliento creador une a los Apóstoles –su Iglesia- con su Cuerpo, y les da poder para soplar su vida en un mundo que agoniza, para hacer una nueva creación.
En el Evangelio y la primera lectura de hoy, vemos a los Apóstoles cumpliendo esta misión con poderes que sólo Dios tiene: el de perdonar los pecados y el de obrar “señales y maravillas”, una expresión bíblica usada sólo para describir las hazañas del Señor (cfr. Ex 7,3; 11,10; Hch 7,36).
Tomás y los otros fueron testigos de “muchas otras señales” después de que Jesús resucitó de entre los muertos. Ellos vieron y creyeron.
Se les dio la vida de Cristo, que permanece en las enseñanzas de la Iglesia y en los sacramentos, a fin de que nosotros, quienes no hemos visto, podamos heredar sus bendiciones y tengamos “vida en su Nombre”.