Lecturas:
Sabiduría 12,13.16–19
Salmo 86,5–6.9–10.15–16
Romanos 8, 26–27
Mateo 13, 24–43
Dios está siempre instruyendo a su pueblo, escuchamos en la primera lectura de esta semana.
¿Y qué quiere hacernos saber? Que se preocupa por todos nosotros; que aunque es un Dios de justicia, aún los que lo desafían y dudan de Él, pueden esperar en su misericordia si regresan a Él arrepentidos.
Esta enseñanza divina continúa en las tres parábolas que Jesús cuenta en el Evangelio de hoy. Cada una describe el surgimiento del reino de Dios de semillas sembradas por su trabajo y predicación. El reino crece de manera oculta—como la acción de la levadura en el pan, que es improbable, inesperada. De igual manera sucede con el gran árbol de mostaza, que crece de la más pequeña de las semillas.
Una vez más, las lecturas de esta semana cuestionan: ¿Porqué Dios permite al mal crecer al lado del bien? ¿Porqué permite que algunos rechacen la Palabra de su reino? Porque, como cantamos en el salmo dominical, Dios es lento a la cólera y rico en bondad.
Jesús nos asegura que es justo: Los malvados y los que inducen a otros al pecado, serán arrojados en el horno encendido al final de los tiempos. Pero por su paciencia Dios nos enseña que, sobre todo, desea arrepentimiento; y quiere reunir a todas las naciones para que lo adoren y glorifiquen su Nombre.
Aunque no sabemos orar como deberíamos, el Espíritu intercede por nosotros, nos promete San Pablo en la epístola dominical. Pero primero hemos de volver a Él y llamarlo; debemos comprometernos a dejar que la buena semilla de su Palabra dé frutos en nuestras vidas.
Por tanto, no debemos engañarnos ni descorazonarnos cuando vemos cizaña entre el trigo, verdad y santidad mezclada con error, injusticia y pecado.
Por ahora, Él hace salir su sol sobre buenos y malos (cf. Mt 5,45). Pero la cosecha se acerca. Trabajemos para que seamos contados entre los hijos justos, que brillarán como el sol en el reino del Padre.