Lecturas:
Hechos 1, 15-17, 20-26
Salmo 103, 1-2, 11-12, 19-20
1 Juan 4, 11-16
Juan 17, 11-19
La primera lectura de hoy está enmarcada en los acontecimientos que suceden entre los días después de la Ascensión del Señor y Pentecostés. Estamos en el mismo punto en el calendario litúrgico. Este jueves celebramos la Ascensión del Señor en gloria y el otro domingo celebraremos el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia.
La oración de Jesús que escuchamos en el evangelio expresa sentimientos de despedida y a la vez de espera de Pentecostés. Nos dice cómo serán las cosas cuando él ya no esté físicamente entre nosotros.
Por su Ascensión, el Señor está sentado en su trono en el Cielo, como menciona el salmo responsorial. Su Reino, la Iglesia, continúa su misión en la tierra.
Jesús ha configurado su Reino como una Nueva Jerusalén y como una nueva casa de David (cfr. S 122,4-5; Ap 21, 9-14). Él entregó este reino a los apóstoles, quienes presidirán la mesa Eucarística y que “juzgarán a las doce tribus de Israel” (Cfr. Lc 22, 29-30).
Los doce apóstoles simbolizan las doce tribus y, por tanto, cumplen el plan de Dios para Israel (Cfr. Ga 6,16). Por esto era imprescindible sustituir a Judas Iscariote, de modo que la Iglesia en plenitude recibiera el Espíritu Santo en Pentecostés.
El liderazgo de San Pedro es otro elemento clave en la Iglesia, destacado en estas lecturas dominicales. Muestran a Pedro ejerciendo una autoridad incuestionable. Él interpreta las escrituras, él decide como actuar; incluso define la naturaleza del mismo ministerio apostólico.
“A Dios nadie le ha visto nunca” dice la Epístola de este domingo. Sin embargo, a través de la Iglesia fundada sobre los apóstoles, testigos de la resurrección, el mundo conocerá y creerá en el amor de Dios, quien envió a su Hijo para ser Nuestro Salvador.
Por medio de la Iglesia, la promesa de Jesús llega hasta nosotros: Si amamos, Dios estará con nosotros en nuestras pruebas y nos protegerá del Maligno. Con su Palabra de verdad, nos ayudará crecer en santidad, a alcanzar la perfección en el amor.