Lecturas:
Isaías 40,1–5. 9–11
Salmo 85, 9–14
2 Pedro 3, 8–14
Marcos 1, 1–8
Nuestro Dios viene. El tiempo del exilio –la prolongada separación de Dios que la humanidad tiene debido al pecado- está a punto de terminar. Esas son las buenas nuevas que proclama la liturgia de este domingo.
En la primera lectura, Isaías promete la futura liberación israelita de la cautividad y el regreso del exilio. Pero como enseña el Evangelio, la liberación histórica de Israel pretendía anunciar un acto salvífico de Dios aún mayor: la venida de Jesús para liberar de las ataduras del pecado a Israel y a todas las naciones, para congregarlas y llevarlas de vuelta a Dios.
Dios mandó un ángel delante de Israel para liderarlo en su éxodo hacia la tierra prometida (cf. Ex 23,20). Y Él prometió enviar a un mensajero de la alianza, Elías, para purificar al pueblo y convertir los corazones al Padre, antes del Día del Señor (cf. Ml 3,1; 23.24).
Juan el Bautista cita esto, así como la profecía de Isaías, para mostrar que toda la historia de Israel apunta a la revelación de Jesús. En Jesús, Dios ha llenado el valle que separaba de Él a la humanidad pecadora. Él ha descendido desde el cielo y ha hecho habitar su gloria en la tierra, como cantamos en el salmo de este domingo.
Él ha hecho todo esto, no por la humanidad en abstracto, sino por cada uno de nosotros. La extensa historia de la salvación nos ha conducido a esta Eucaristía, en la que Dios nuevamente viene y nuestra salvación está cerca.
Y cada uno de nosotros debe escuchar una llamada personal en las lecturas del domingo. Aquí está su Dios, dice Isaías. Él ha sido paciente con ustedes, dice San Pedro en la epístola.
Como los habitantes de Jerusalén que aparecen en el Evangelio, debemos salir y acudir hacia Él, arrepentirnos de nuestros pecados, de pereza y de auto-indulgencia que hacen de nuestra existencia un desierto. Debemos enderezar nuestras vidas, de modo que todo lo que hagamos nos conduzca hacia Él.
Esta domingo, en la Misa, escuchemos el inicio del Evangelio y comprometámonos a vivir con santidad y devoción.