Lecturas:
Sirácide 3,2-6.12-14
Salmo 128,1-2.3.4-5
Colosenses 3,12-21
Mateo 2,13-15, 19-23
El misterio de la familia en el plan de Dios subyace en la sabiduría que se ofrece en la liturgia de hoy.
En la primera lectura de hoy escuchamos que Dios ha puesto al padre en el lugar de honor frente a sus hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. Como cantamos en el salmo, las bendiciones de la familia fluyen desde Sión, la madre celestial del pueblo real de Dios (cf. Is 66,7.10-13; Ga 4,26).
Y en el drama del Evangelio de hoy, vemos el núcleo del nuevo pueblo de Dios -la Sagrada Familia- sufriendo la persecución de quienes buscan destruir al niño y su Reino.
También Moisés -que fue llamado a salvar al hijo primogénito de Dios, el pueblo de Israel (cf. Ex 4,22; Si 36,11)-, fue también amenazado al nacer, por un tirano celoso y enfadado (cf. Ex 1,15-16). Y así como Moisés fue salvado por su madre y su hermana (cf. Ex 2,1-10; 4,19), Jesús también es rescatado por su familia, de acuerdo el plan de Dios.
Así como Dios llamó a Egipto a la familia de Jacob, para convertirla en la gran nación de Israel (cf. Gn 46,2-4), Dios guía hacia allá a la Sagrada Familia para preparar la venida del nuevo Israel de Dios: la Iglesia (cf. Ga 6,16).
Al comienzo del mundo, Dios estableció la familia en el “matrimonio” de Adán y Eva, y los dos se hicieron un solo cuerpo (cf. Gn 2,22-24). Ahora, en la nueva creación, Cristo es hecho “un cuerpo” con su Esposa, la Iglesia, como nos indica la Epístola (cf. Ef 5,21-32).
Por esta unión nos convertimos en elegidos de Dios, santos y amados. Y nuestras familias han de irradiar el amor perfecto que nos liga a Cristo en la Iglesia.
Mientras nos acercamos al altar en esta fiesta, renovemos nuestros compromisos de cumplir con los deberes que Dios nos ha encargado como esposos, hijos y padres. Conscientes de las promesas de la primera lectura de hoy, ofrezcamos el cumplimiento callado de esos deberes, en expiación por nuestros pecados.