Imparcial: Scott Hahn reflexiona sobre el 30º Domingo de Tiempo Ordinario

Cristo en la sinagoga de NazaretLecturas:
Eclesiástico 35,12-14, 16-18
Salmo 34,2-3;17-19, 23
2 Timoteo 4,6-8.16-18
Lucas 18,9-14


Jesús presenta un ejemplo tajante en el Evangelio de hoy.

La oración del fariseo es casi una parodia de los salmos de acción de gracias (por ejemplo Salmos 30 y 118). En lugar de bendecir a Dios por sus proezas, el fariseo se felicita por sus propios actos, los cuales presenta detalladamente a Dios.

El publicano se para a cierta distancia, demasiado avergonzado para alzar sus ojos a Dios (cfr. Esd 9,6). Ora con un corazón contrito y humillado (cfr. Sal 51,19). Sabe que, ante Dios, nadie es justo, nadie tiene de qué gloriarse (cfr. Rm 3,10; 4,2).

En la liturgia de hoy vemos uno de los temas permanentes de la Escritura: que Dios no hace acepción de personas, como nos dice la primera lectura (cfr. 2 Cr 19,7; Hch 10,34-35; Rm 2,11).

Dios no puede ser sobornado (cfr. Dt 10,17). No podemos comprar el favor de Dios o impresionarlo, ni siquiera con nuestras buenas obras ni con la observancia fiel de nuestros deberes religiosos, como los diezmos y ayunos.

Si tratamos de ensalzarnos ante el Señor, como el fariseo, seremos derribados (cfr. Lc 1,52). Esto debe ser una advertencia para nosotros y ayudarnos a no ser orgullosos en nuestra piedad; a no caer en la autocomplacencia de pensar que somos mejores que los demás, de que no somos “como el resto de la humanidad pecadora”.

Si nos revestimos de humildad (cfr. 1 P 5,5-6) -reconociendo que todos somos pecadores, necesitados de la misericordia de Dios-, seremos exaltados (cfr. Pr 29,23) era 23 no 33.

La oración de los pequeños, los humildes, traspasa las nubes. San Pablo testifica esto en la epístola de hoy, cuando agradece al Señor por darle fuerzas durante su prisión.

San Pablo nos dice lo que el salmista canta hoy: que el Señor redime las vidas de sus siervos humildes.

También nosotros debemos servirle con buena voluntad. Y él nos escuchará en nuestras aflicciones, nos librará del mal y nos conducirá seguros a su Reino celestial.