Lecturas:
Sirácides 27,30–28,7
Salmo 103,1–4, 9–12
Romanos 14,7–9
Mateo 18,21–35
La misericordia y el perdón deben estar en el corazón de la vida cristiana.
Pero, como nos lo recuerda muy sabiamente la primera lectura de hoy, seguido saboreamos nuestra ira, alimentamos nuestra indignación, le negamos la misericordia a los que nos hacen el mal. Jesús al igual, nos lo recuerda en el evangelio con su descripción detallada del siervo malvado – que se niega en perdonarle la deuda al otro siervo, aun cuando ya le había perdonado todo su Maestro.
Esto no debe ser así en el reino, en la Iglesia. En el Antiguo Testamento, el “siete” es un número frecuentemente asociado con la misericordia y el perdón de los pecados. El hombre justo peca siete veces a diario. se rocía siete veces por la expiación de los pecados (ver Proverbios 24,6; Levítico 16). Pero hoy Jesús le dice a Pedro que debemos perdonar, no solo siete veces, sino setenta veces siete. Esto quiere decir: perdonar cada vez.
Tenemos que ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso (ver Lucas 6,36; Mateo 5,48). Pero ¿por qué? ¿Por qué Jesús nos advierte una y otra vez que no podemos esperar el perdón por nuestras ofensas sino no estamos dispuestos a perdonar las ofensas contra nosotros de los demás?
Porque, como nos lo recuerda Pablo en su carta, somos del Señor. Cada uno hemos sido comprado por la sangre de Cristo derramada por nosotros en la cruz (ver Apocalipsis 5,9). Como cantamos en el Salmo de hoy, aunque merecemos morir por nuestros pecados, Él no nos trata según nuestras faltas. La misericordia y el perdón que le brindemos a los demás será una expresión sincera de nuestro agradecimiento por la misericordia que se nos ha brindado.
Es por eso que tenemos que tener presentes nuestros últimos días, dejar atrás nuestras enemistades, y dejar de juzgar a los demás. Sabemos que algún día estaremos ante el tribunal y tendremos que rendir cuentas de lo que hemos hecho con la vida nueva que recibimos en Cristo (ver Romanos 14, 10.12).
Así que nos perdonamos de todo corazón, no nos fijamos en las faltas de los demás, y esperamos la corona de Su bondad y compasión.