Lecturas:
1 Reyes 17,10-16
Salmo 146,7-10
Hebreos 9, 24-28
Marcos 12, 28-24
Debemos vivir la obediencia de la fe, una fe que se demuestra mediante obras de caridad y auto-donación (cfr. Ga 5, 6). Esta es la lección que nos dan las dos viudas que menciona la liturgia de hoy.
La viuda de la primera lectura ni siquiera es judía; sin embargo, confía en la palabra de Elías y en la promesa de su Señor. Aún siendo víctima de la hambruna, es capaz de dar todo lo que tiene, lo que quedaba de su propia comida, para alimentar al hombre de Dios, antes que a ella misma y a su familia.
La viuda del Evangelio también da todo lo que tiene; ofrece su última moneda para apoyar el servicio de los sacerdotes del Señor en el Templo.
Con su espíritu de sacrificio, estas viudas expresan el amor que constituye el corazón de la Ley y del Evangelio, del que Jesús habló en las lecturas del Domingo pasado. Ellas reflejan el amor del Padre al dar su único Hijo, y el amor de Cristo al sacrificarse en la cruz.
En la epístola de hoy, se nos presenta otra vez a Cristo como Nuevo Sumo Sacerdote y como el Servidor Sufriente predicho por Isaías. En la cruz, El hizo el sacrificio definitivo para borrar nuestro pecado y llevarnos a la salvación (cfr. Is 53, 12).
Y, nuevamente, somos llamados a imitar su sacrificio de amor en nuestras propias vidas. Seremos juzgados, no por cuánto demos— los escribas y los ricos contribuyeron mucho más que la viuda- sino en la medida en que nuestras limosnas impliquen la ofrenda de nuestras vidas, de todo nuestro ser, de todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza.
¿Estamos dando todo lo que podemos al Señor, no como obligación, sino con espíritu de generosidad y amor (cfr. 2Co 9, 6-7)?
“No teman”, nos dice hoy el hombre de Dios. Y el salmo nos recuerda que el Señor nos dará todo, así como sostiene a la viuda.
Sigamos el ejemplo de las viudas y hagamos lo que Dios pide, confiados en que no faltará harina en nuestras tinajas ni aceite en nuestros jarros.