Lecturas:
Amós 7, 12–15
Salmo 85, 9–14
Efesios 1, 3–14
Marcos 6, 7–13
Comentemos primero el evangelio de hoy. En el encargo que hace Cristo a sus apóstoles, les da (y a nosotros también) un bosquejo de lo que será la misión de la Iglesia después de la resurrección.
Sus instrucciones a los Doce nos recuerdan aquellas que Yahvé dio a las doce tribus de Israel en las vísperas de su éxodo de Egipto. Los israelitas también fueron enviados sin pan y con una sola túnica, llevando sandalias y un bastón (cfr. Éx 12,11; Dt 8, 2-4). Como aquellos israelitas, los apóstoles tienen que confiar solamente en la providencia de Dios y su gracia.
Posiblemente, Marcos nos quiera enseñar también que la misión de los apóstoles, la misión de la Iglesia, es servir como guía en un nuevo éxodo, rescatando a los pueblos de su exilio de Dios y llevándolos a la tierra prometida: el Reino de los Cielos.
Como Amós en la primera lectura, los apóstoles no son “profesionales” que ganan el pan por profetizar. Como Amós, son hombres sencillos (Cfr Hch 14, 15) convocados desde sus trabajos ordinarios y enviados por Dios a ser pastores de sus hermanos y hermanas.
En esta semana nuevamente escuchamos el tema del rechazo: Amós lo experimenta y Jesús advierte a sus apóstoles que algunos no les recibirán bien ni les escucharán. La Iglesia no está necesariamente llamada a ser exitosa, sino solamente a ser fiel al mandamiento de Dios.
Con la autoridad y poder que Jesús le ha dado, la Iglesia proclama la paz de Dios y la salvación de los que creen en Él, como cantamos en el salmo de hoy.
Esta palabra de verdad, este evangelio de salvación, está dirigido personalmente a cada uno de nosotros, como nos dice San Pablo en la epístola de hoy. Dios, en el misterio de su voluntad, nos escogió desde antes de la creación del mundo para ser sus hijos e hijas; para vivir y darle gloria.
Por lo tanto, demos gracias hoy a Dios por la Iglesia y por las bendiciones espirituales que Él nos ha otorgado. Comprometámonos a llevar a cabo la misión de la Iglesia: ayudar a los demás a escuchar la llamada al arrepentimiento y a recibir a Cristo en sus vidas.