Lecturas:
1 Samuel 3, 3–10.19
Salmo 40, 2.4.7–10
1 Corintios 6, 3–15.17–20
Juan 1,35–42
En las llamadas de Samuel y del primero de los Apóstoles, las lecturas de este domingo nos dan luz sobre nuestra propia vocación de seguidores de Cristo.
En el Evangelio, hay que notar que los discípulos de Juan están preparados para escuchar la llamada de Dios. Ellos ya están buscando al Mesías, por lo tanto confían en la palabra de Juan y le comprenden cuando él les señala al Cordero de Dios que pasa a su lado.
También Samuel está a la espera del Señor: duerme cerca del Arca de la Alianza, donde mora la gloria de Dios, y recibe instrucción de Elí, el sumo sacerdote.
Samuel escuchó la palabra de Dios y el Señor estaba con él. Y Samuel, por su palabra, convirtió a todo Israel al Señor (cf. 1S 3,21; 7,2-3). También los discípulos escucharon y siguieron las palabras que escuchamos continuamente en el Evangelio dominical. Ellos permanecieron con el Señor y por su testimonio, otros se acercaron a Él.
Estos pasajes de la historia de la salvación deberían darnos la fuerza necesaria para que abracemos la voluntad de Dios y sigamos su llamado en nuestras vidas.
Dios está llamando constantemente a cada uno de nosotros: lo llama por su nombre, personalmente (cf. Is 43,1; Jn 10,3). Quiere que lo busquemos por amor, que anhelemos su Palabra (cf. Sb 6,11-12). Como lo hicieron los apóstoles, debemos desear siempre estar donde el Señor está; para buscar su rostro constantemente.
Como nos dice San Pablo en la epístola del domingo, no somos dueños de nosotros mismos pues pertenecemos al Señor.
Debemos abrir nuestros oídos a la obediencia y escribir su Palabra en nuestro corazón. Hemos de confiar en la promesa del Señor: si venimos a Él con fe, Él será misericordioso con nosotros (cf. Jn 15,14; 14,21-23) y nos levantará con su poder. Y nosotros debemos reflejar en nuestras vidas el amor que nos ha mostrado, para que también otros puedan encontrar al Mesías.
Mientras renovamos las promesas de nuestro discipulado en esta Eucaristía, acerquémonos al altar entonando el nuevo canto del salmo dominical: “Aquí estoy, Señor, para cumplir tu voluntad”.