Profeta de las naciones: Scott Hahn reflexiona sobre el 4º Domingo de Tiempo Ordinario

El Sermón de la MontañaLecturas:
Jeremías 1, 4–5,17–19
Salmo 71, 1–6,15–17
1 Corintios 12,31–13,13
Lucas 4,21–30


Las palabras de Dios de la primera lectura nos dirigen más allá que Jeremías a Jesús. Como Jeremías, Cristo fue consagrado en el vientre de su madre y enviado como “profeta de las naciones” (cfr. Lc 1,31-33).

Jesús enfrenta hostilidades como los profetas que le precedieron. En el Evangelio de hoy, la muchedumbre en la sinagoga de su pueblo natal se pone en contra de Él, aparentemente exigiéndole una señal, alguna prueba de sus orígenes divinos, de que es más que “el hijo de José”.

La señal que les da es la misma que la de los profetas Elías y Eliseo. De sus historias, toma dos ilustrativos relatos. En cada uno de ellos, los profetas pasan por alto a “muchos en Israel” y conceden bendiciones divinas a extranjeros (no israelitas) que creían en ellos como hombres de Dios (1 R 17,1-16; 2 R 5, 1-14). Jesús hace énfasis en que “nadie… ni uno solo” en Israel fue encontrado merecedor de esos dones.

La audiencia capta el mensaje. Ellos saben que Jesús los está identificando con esos “muchos en Israel”, del tiempo de los profetas. Por eso tratan de despeñarlo desde una altura escarpada. Y Dios libera a Jesús de quienes lo quieren dañar, como había prometido a su siervo Jeremías también.