Lecturas:
1 Reyes 19, 16–21
Salmo 16,1–2.5.7–11
Gálatas 5,1.13–18
Lucas 9,51–62
En la primera lectura de esta semana, al discípulo de Elías se le permite dar el beso de despedida a sus papás antes de disponerse a seguir la llamada del profeta.
Pero estamos llamados a seguir a alguien más grande que Elías. Eso es lo que la liturgia de esta semana nos quiere decir.
En el Bautismo, nos hemos revestido con el manto de Cristo, fuimos llamados a la casa de un nuevo Padre; en el reino de Dios se nos dio una nueva familia. Hemos sido llamados a dejar nuestras vidas pasadas y nunca mirar atrás; a seguirle a donde quiera que nos guíe.
Elías fue arrebatado en un torbellino y su discípulo recibió una doble porción de su espíritu (cfr. 2 Re 2,9–15). También Jesús, como nos recuerda el Evangelio, fue “arrebatado” (cfr. Hch 1,2.11.22), y nos dio su Espíritu para que tuviéramos vida y para guiarnos en nuestro camino a su reino.
Y en esta semana la epístola nos dice que la llamada de Jesús sacude el yugo de toda servidumbre, nos libera de los rituales la Antigua Ley, nos muestra que la Ley se cumple en el seguimiento de Jesús y en servirnos unos a otros por amor.
Su llamada dispone nuestras manos para un nuevo arado, una nueva tarea: ser mensajeros enviados a preparar a todos los pueblos para conocer a Cristo y entrar en su Reino.
Elías bajó fuego del cielo para consumir a quienes no quisieron aceptar a Dios (cfr. 2 Re 1,1–16). Pero a nosotros nos acompaña un Espíritu diferente.
Vivir por el Espíritu de Cristo implica enfrentar oposición y rechazo, como lo experimentaron los apóstoles en el Evangelio de esta semana. Es como vivir en el exilio sin tener ciudad fija, sin un lugar en este mundo al cual llamarle hogar o donde reclinar la cabeza.
Sin embargo, en el salmo de hoy escuchamos la voz de Aquel a quien seguimos (cfr. Hch 2,25–32; 13,35–37). Nos llama a apropiarnos de su fe, a soportar las dificultades con la confianza en que Él no nos abandonará, en que nos mostrará el “camino del amor” y nos guiará a la alegría plena de su presencia para siempre.