Lecturas:
Jeremías 23, 1-6
Salmo 23, 1-6
Efesios 2, 13-18
Marcos 6, 30-34
Mientras el evangelio de hoy nos muestra a los Doce regresando de su primer viaje misionero, el conjunto de las lecturas nos invita a seguir reflexionando sobre la autoridad y misión de la Iglesia.
El profeta Jeremías dice, en la primera lectura, que los líderes de Israel extraviaron al Pueblo Elegido, pues se olvidaron de Dios y dieron enseñanzas falsas. Promete que Yahvé mandará un pastor, un rey descendiente de David, para reunir la ovejas extraviadas y para darles nuevos pastores (cfr. Ez 34, 23).
La muchedumbre sentada sobre la hierba verde que nos describe el evangelio de este domingo (cfr. Mc 6,39), es ya parte de aquel resto del Pueblo de Dios al que se refería Jeremías, profetizando de él que regresaría al valle de Israel (cfr. Jr 23,3). La gente parece percibir que Jesús es el Señor, el Buen Pastor (Jn.10.11), el Rey a quien estaban esperando (Os 3, 1-5).
Jesús se conmueve al ver a la gente “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Esta frase ya había sido ocupada por Moisés, al hablar de la necesidad que tenía Israel de un pastor para sucederle (Nm 27,17). Y así como Moisés nombró a Josué, Jesús escogió a los Doce para que siguieran pastoreando a su pueblo en la tierra.
Jesús afirmó que habían otras ovejas que no pertenecían redil de Israel, pero que escucharían su voz para unirse al único rebaño del único Pastor (cfr. Jn 10,16). En el plan de Dios, la Iglesia debía buscar primero a las ovejas extraviadas de Israel y después atraer a todas las naciones al redil (Hch 13, 44; Rm 1, 16).
También San Pablo, en la epístola de hoy, ve la Iglesia como una nueva creación, en la que aquellas naciones que antes estuvieron lejos de Dios, ahora se unirán como “una sola persona” con los hijos de Israel.
Como cantamos en el salmo de hoy, por medio de la Iglesia, el Señor, nuestro Buen Pastor, sigue conduciendo a su pueblo hacia los prados de hierba fresca del Reino, a las tranquilas aguas del bautismo. Nos sigue nos ungiendo con el aceite de la confirmación y reparte a todos el banquete eucarístico, mientras llena nuestra copa hasta los bordes.