Lecturas:
Hechos 13,14.43–52
Salmo 100,1–3.5
Apocalipsis 7,9,14–17
Juan 10, 27–30
La misión de Israel –ser el instrumento de la salvación de Dios para los confines de la tierra (cfr. Is 49,6)—se cumple en la Iglesia.
Mediante la “Palabra de Dios” que Pablo y Bernabé predican en la primera lectura de hoy, nace un nuevo pueblo elegido; un pueblo que glorificará al Dios de Israel como el Padre de todos.
Para todas las generaciones, la Iglesia permanece fiel a la gracia que Dios dio a sus Apóstoles, de continuar su obra salvadora. Mediante la Iglesia, gentes de todas las naciones escuchan la voz del Pastor y lo siguen (cfr. Lc 10,16).
El Buen Pastor del Evangelio de este día es el Cordero entronizado que aparece en la segunda lectura.
Al dar la vida por su rebaño, el Cordero lo condujo a una nueva Pascua (cfr. 1Co 5,7) mediante su Sangre, liberando a toda nación, raza, pueblo y lengua de las cadenas del pecado y de la muerte.
La Iglesia es esa “gran multitud” que contempla hoy Juan en su visión. Dios juró a Abraham que sus descendientes serían tan numerosos que no podrían contarse. Y en la Iglesia, como Juan puede constatar, se cumple esta promesa (comparar Ap 7,9 con Gn 15,5).
El Cordero rige desde el trono deDios; protege su rebaño, sacia su hambre con su propio Cuerpo y Sangre y lo guía hacia “fuentes de agua viva” que brota para vida eterna (cfr. Jn 4,14).
El Cordero es el eterno Pastor-Rey, hijo de David anunciado por los profetas. Su Iglesia es el Reino de todo Israel, que sería restablecido en una alianza eterna, según dijeron también los profetas (cfr. Ex 34,23-31;37,23-28).
Ninguna tribu o nación puede reclamar celosamente ese reino como suyo. La Palabra que el Pastor dijo a Israel, se dirige ahora a todas las naciones, convocándolas a todas a adorar y bendecir su Nombre en el Templo celestial.
Este es el deleite de los gentiles: que podemos cantar aquello que alguna vez sólo Israel podía cantar, la alegría del salmo de hoy: “El nos hizo, somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”.