Lecturas:
Malaquías 1,14-2,2, 8-10
Salmo 131,1-3
1 Tesalonicenses 2,7-9, 13
Mateo 23,1-12
Aun siendo los sucesores de Moisés, los fariseos y los escribas se ensalzaban, haciendo de su conocimiento de la ley un escudo de privilegio social. Lo peor de todo es que dominaban al pueblo con la ley (véase Mateo 20,35). Como los sacerdotes a los que Malaquías condena en la primera lectura, estos hacen que muchos caigan y se alejen de Dios.
En otras palabras, los líderes de Israel fracasan como padres espirituales del pueblo de Dios. Moisés en cambio, es la figura de un padre humilde, que no sólo predica la ley pero también la practica – intercediendo y rogándole a Dios su misericordia y perdón para el pueblo (véase Éxodo 32,9-14; Salmo 90).
Y Jesús nos recuerda hoy que toda paternidad- en la familia o en el pueblo de Dios- proviene de Nuestro Padre celestial (véase Efesios 3,15).
Él no quiere decir literalmente que a nadie se le puede llamar “padre”. Él mismo se refiere a los padres fundadores de Israel (véase Juan 7,42); los apóstoles enseñaban la paternidad natural (véase Hebreos 12,7-11), y se auto describen como padres espirituales (véase 1 Corintios 4,14-16).
La paternidad de los apóstoles y sus sucesores, los sacerdotes y los obispos de la Iglesia, es una paternidad espiritual dada para ser criados como hijos de Dios. Nuestros padres espirituales nos dan nueva vida en el bautismo, y nos nutren con la leche espiritual del evangelio y la Eucaristía (véase 1 Pedro 2,2-3). Es por eso que Pablo, en la epístola de hoy, se puede comparar a una madre que amamanta.
Así también, la paternidad de Dios transciende nuestras nociones de la paternidad y la maternidad. Quizá es por eso que el Salmo de hoy incluye una de las imágenes raramente vistas del cuidado materno de Dios (véase Isaías 66,13).
Su Hijo único nos muestra al Padre (véase Juan 14,9) reuniendo a sus hijos como una gallina que reúne a sus pollos (véase Mateo 23,27). Todos somos hermanos y hermanas, hoy nos dice el Señor. Y todos, incluyendo nuestros padres espirituales, tenemos que confiar en Él, con humildad, como hijos sentados en el regazo de nuestra madre.