Lecturas:
Ez 17, 22-24
Sal 92, 2-3, 13-14, 15-16
2 Cor 5, 6-10
Mc 4, 26-34
En el mensaje enigmático del profeta Ezequiel, siglos antes de la venida del Señor, Dios le dio a su pueblo una razón para mantener la esperanza. Ezequiel tiene una visión del día en el que el Señor Dios plantará un árbol en la montaña de Israel, un árbol que “echará ramaje y producirá fruto.” ¿Quién hubiera predicho que ese árbol sería la Cruz del Calvario, y que el fruto sería la salvación?
Ezequiel ve de antemano la salvación llegando a “toda clase de pájaros”—no sólo al pueblo de Israel, sino también a los gentiles, que “echarán vuelo” por medio de su nueva vida en Cristo. Dios en verdad “elevará al árbol humilde,” como lo prometió solemnemente.
Esta salvación sobrepasa los más grandes anhelos de la humanidad. Así pues, expresamos nuestro agradecimiento en el Salmo, “Que bueno es darte gracias Señor.” En verdad es bueno y darle gracias con alabanza. El salmista habla de los justos de la tierra, pero se dirije hacia Dios como la fuente y medida de toda justicia y rectitud. Al igual que Ezequiel, sucita la imagen del árbol frondoso para describir la vida del justo. La imagen, otra vez, sugiere que la Cruz es la medida de toda rectitud.
La Cruz es un signo de contradicción para los que prefieren “florecer” según el mundo. Como San Pablo les enfatiza a los corintios, necesitamos confianza. La fe nos fortalece, y se pone a prueba por nuestras obras. Nos recuerda que seremos juzgados por la manera en que se manifieste nuestra fe en obras: “para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.”
Dios mismo nos dará lo necesario para llevar acabo las obras que Él quiere que hagamos, siempre y cuando correspondamos a Su gracia. En los oráculos proféticos, Él esparce la semilla que brota para convertirse en el árbol de mostaza, donde las aves se acomodan ampliamente, así como lo describe Ezequiel. Les transmite esta doctrina a sus discípulos de una forma compresible para ellos, junto con su explicación. En los sacramentos provee todavía más: la gracia de la fe y la confianza que necesitamos para vivir en el mundo como hijos de Dios.