No tengan miedo: Scott Hahn reflexiona sobre el 12º Domingo de Tiempo Ordinario

Virgen del gorriónLecturas:
Jeremías 20,10–13
Salmo 69,8–10.14.17. 33–35
Romanos 5,12–15
Mateo 10,26–33


Nuestro compromiso con Cristo será puesto a prueba.

Escucharemos murmullos de amenazas y denuncias, como Jeremías en la primera lectura de este domingo. Incluso los que consideramos amigos tratarán de capturarnos y hacernos caer.

Por su causa soportaremos afrentas y nos harán parias, incluso en nuestros propios hogares, según escuchamos en el salmo de esta semana.

Como nos dice Jeremías, debemos esperar que Dios desafíe nuestra fe y sondee nuestros corazones y mentes, para probar qué tan profundo es nuestro amor.

“No tengan miedo”, nos asegura tres veces Jesús en el Evangelio.

Aún y cuando pueda permitir que suframos por nuestra fe, nuestro Padre nunca nos olvidará ni abandonará. Como nos asegura Jesús, todo se desarrolla dentro de su Providencia, bajo su mirada amorosa, hasta la caída al suelo del más pequeño pajarillo. Cada uno de nosotros es valioso para Él.

Firmes en esta fe, debemos resistir las tácticas de Satán. Él es el enemigo que busca la ruina de nuestra alma en la Gehenna que es el infierno.

Existimos para buscar a Dios, como dice el salmista. El celo por la casa del Señor, por el reino celestial del Padre, nos debería consumir como consumió a Jesús (cf. Jn 2,17;Sal 9.10). Jesús soportó los insultos de quienes blasfemaron contra Dios; nosotros deberíamos actuar igual (cf. Rm 15,3).

Por la gracia del don de Sí mismo, Jesús cargó las transgresiones del mundo, nos dice San Pablo en la epístola de esta semana. Él, al levantarse de entre los muertos, nos ha mostrado que Dios rescata la vida de los pobres, que Él no desprecia a los suyos cuando padecen necesidad. En su gran misericordia, Él se volverá a nosotros; nos librará del poder de los malvados.

Por eso proclamamos su Nombre desde las azoteas, como nos dice Jesús. Por eso cantamos alabanzas y ofrecemos nuestra acción de gracias en cada Eucaristía. Confiamos en la promesa de Jesús: que aquellos que declaremos nuestra fe en Él delante de los demás, seremos recordados ante nuestro Padre celestial.