Puerta a la vida: Scott Hahn reflexiona sobre el 21º Domingo de Tiempo Ordinario

La Iglesia triunfante y la Iglesia militanteLecturas:
Isaías 66,18-21
Salmo 117,1.2
Hebreos 12,5–7.11–13
Lucas 13,22–30


Jesús no responde a la pregunta que le hacen en el Evangelio de este domingo. No nos sirve de nada especular sobre cuántos serán salvados. Lo que debemos saber es lo que hoy nos dice Cristo: cómo entrar en la salvación y cuan urgente es esforzarnos ahora, antes de que el Maestro cierre la puerta.

Jesús es la “puerta angosta”, el único camino de salvación, el camino por el cual todos deben pasar para entrar en el reino del Padre (cfr. Jn 14,6).

Dios ha venido en Jesús—como lo promete en la primera lectura de esta semana—para congregar a las naciones de toda lengua, para revelarles su gloria.

Jesús en el Evangelio hace lentamente su camino a Jerusalén comiendo y bebiendo con ellos, enseñando en sus calles. Ahí se cumplirá la visión de Isaías: Él será levantado en el monte santo (cfr. Jn 3,14), atraerá hacia sí a hermanos provenientes de todas las naciones para adorar a Dios en la Jerusalén celestial; glorificandolo por su bondad, como cantamos en el salmo de este domingo.

Según el plan de Dios, el reino fue proclamado primero a los israelitas y finalmente a los gentiles (cfr. Rm 1,16; Hch 3,25–26), que a la Iglesia han venido desde los cuatro confines de la tierra para formar el nuevo pueblo de Dios (cfr. Is 43,5–6; Sal 107,2–3).

Jesús advierte, sin embargo, que muchos perderán su lugar en la mesa celestial. Al no aceptar su camino estrecho cederán, haciéndose a sí mismos desconocidos del Padre (cfr. Is 63,15–16).

No queremos ser contados entre los de manos débiles y rodillas vacilantes (cfr. Is 35,3). Por tanto debemos esforzarnos por esa puerta estrecha, camino de sacrificio y sufrimiento: el camino del amado Hijo.

Como nos recuerda la epístola de esta semana, mediante nuestras pruebas sabemos que somos verdaderos hijos de Dios. Hemos sido disciplinados por nuestras aflicciones, fortalecidos para caminar por la senda estrecha sin desviarnos, para que podamos entrar en la puerta, y tomar nuestro lugar en el banquete de los justos.