Administradores prudentes: Scott Hahn reflexiona sobre el 25º Domingo de Tiempo Ordinario

Parábola del mayordomo infielLecturas:
Amós 8,4–7
Salmo 113,1–2.4–6.7–8
1 Timoteo 2,1–8
Lucas 16,1–13


El administrador que aparece en el Evangelio del domingo se enfrenta con la realidad de que no puede seguir viviendo como lo ha hecho. Está siendo enjuiciado, debe dar cuentas de lo que ha hecho.

Los explotadores de los pobres, en la primera lectura de hoy, también están a punto de ser derribados, empujados de pedestales (cfr. Is 22,19). Los servidores de Mammon o del dinero están tan enamorados de las riquezas que reducen a objetos a los pobres, desprecian las lunas nuevas y sábados: las observancias y días santos de Dios (cfr. Lv 23,24; Ex 20,8).

Su única esperanza es seguir el camino del administrador. Él no es modelo de arrepentimiento, pero hace un cálculo prudente: usar sus últimas horas como encargado de las propiedades de su amo, para mostrar misericordia a otros, para aliviar sus deudas.

Es un hijo de este mundo movido por motivos completamente egoístas: hacer amigos y ser bienvenido en los hogares de los deudores de su amo. Sin embargo su prudencia es alabada como un ejemplo para nosotros, los hijos de la luz (cfr. 1 Ts 5,5; Ef 5,8). También debemos darnos cuenta, como el administrador, que lo que tenemos no es realmente nuestro, sino que pertenece a otro, a nuestro Amo.

Todo la riqueza del mundo no podría saldar la deuda que le debemos a nuestro Amo. Por eso Él la pagó por nosotros y dio su vida como rescate por todos, como escuchamos en la epístola de este domingo.

Dios quiere que todos se salven, hasta a los reyes y príncipes, incluso los amigos del dinero (Lc 16,14). Pero no podemos servir a dos amos. Por su gracia, debemos elegir ser “siervos del Señor”, como cantamos en el salmo de este domingo.

Le servimos si usamos lo que él nos a encargado dando limosnas, levantando a los humildes del polvo y estiércol de este mundo. Por estas obras ganaremos lo que es nuestro: ser bienvenidos en las moradas eternas, en las muchas mansiones de la casa del Padre (cfr. Jn 14,2).