La fe de nuestros padres: Scott Hahn reflexiona sobre el 19º Domingo de Tiempo Ordinario

Sacrificio de IsaacLecturas:
Sabiduría 18,6–9
Salmo 33,1.12.18–22
Hebreos 11,1–2.8–19
Lucas 12,35–40


Hemos nacido de la fe de nuestros padres; somos descendientes de una “gran nube de testigos” cuya fe está atestiguada en cada página de la Escritura (cfr. Hb 12,1). Hemos sido constituidos pueblo de Dios, escogidos como su heredad, como cantamos en el salmo de este domingo.

La liturgia de esta semana canta las alabanzas de nuestros padres, rememorando los momentos claves de nuestra “historia familiar”. En la epístola recordamos la vocación de Abraham; en la primera lectura revivimos la noche del éxodo y la llamada de Dios a los santos hijos de Israel.

Nuestros padres, se nos ha dicho, confiaron en la Palabra de Dios y creyeron en sus juramentos, convencidos de que lo que Él había prometido, eso haría.

Ninguno de ellos vivió para ver las promesas cumplidas. Y no fue sino hasta la llegada de Cristo y su Iglesia que los hijos de Abraham fueron hechos incontables como las estrellas y la arena (cfr. Ga 3,16–17.29). No fue sino hasta su Última Cena y la Eucaristía que “el sacrificio…la institución divina” de aquella primera Pascua se cumplió verdaderamente.

También ahora esperamos el cumplimiento de lo que Dios nos ha prometido en Cristo. Como Él mismo nos dice en el Evangelio de esta semana, debemos vivir con la “cintura ceñida”, así como los Israelitas se ciñeron sus largas túnicas y comieron su Pascua de pie, vigilantes y listos para cumplir Su voluntad (cfr. Ex 12,11; 2 R 4,29).

El Señor vendrá a una hora que no esperamos; tocará nuestra puerta (cfr. Ap 3,20) invitándonos al banquete de bodas en la patria que es mejor, aquella celestial que nuestros padres vieron desde lejos y que empezamos a saborear en cada Eucaristía.

Así como ellos, podemos esperar con “conocimiento cierto”, mientras la Palabra guía nuestros pasos como una antorcha (cfr. Sal 119, 105). Nuestro Dios es digno de confianza y si esperamos con fe, esperamos en su bondad y amamos como hemos sigo amados, recibiremos la bendición que nos ha prometido: ser librados de la muerte.